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Un diagnóstico equivocado es un tratamiento equivocado


Mí nombre es Miriam, tengo 51 años y hace 12 que estoy en tratamiento psiquiátrico. Soy madre de tres hijos, dos mujeres y un varón. Cuando tenía 39 años tuve mí primer acercamiento a un psicólogo. Era encargada en una panificadora, un trabajo que por el nivel de exigencia me provocó un pico de estrés que desencadenó mis primeros ataques de pánico. Comencé yendo a una psicóloga que automáticamente me derivó al psiquiatra. Yo desconocía lo que era un ataque de pánico y lo que provocaba mí estrés.


Empecé el tratamiento psiquiátrico. Estuve durante 5 meses tomando psicofármacos para poder dormir, con un psicólogo y psiquiatra en conjunto. Luego, por un tema de obra social, di con un psiquiatra que me trató durante 6 años. Este doctor me diagnosticó esquizofrenia, por lo que mi tratamiento no solo fue erróneo sino que tuvo consecuencias en mí sistema nervioso. Afronte este camino juntó a mis tres hijos quiénes siempre me acompañaron. Al poco tiempo de haber empezado el tratamiento, este mismo psiquiatra me internó durante 18 días en una clínica. Mis ataques de pánico eran cada vez más frecuentes y dejaban consecuencias terribles en mí día a día. La medicación era un mundo nuevo para mí.

Después de unos años llegué a pesar 140 kilos, cuando antes de empezar el tratamiento mí peso era de 68. Fue ahí que di con un lugar donde hacían tratamiento ambulatorio. Para entonces yo tenía una fuerte adicción a los psicofármacos y no tenía control. En ese lugar trataban a personas con adicciones de todo tipo. Entraba a las 8 AM y salía a las 6 PM. Empecé a tratarme con la psicóloga del establecimiento que me dijo que mí diagnóstico para ella no era esquizofrenia sino trastorno bipolar grado 1. La noticia fue como un balde de agua fría, tanto para mí como para mis hijos que durante años tuvieron que sufrir la incertidumbre de la enfermedad y todas las crisis que yo había vivido.


Con frecuencia mí psicóloga me decía que ella conocía a un psiquiatra muy bueno que me iba a poder ayudar y medicar como correspondía. Yo me negaba a cambiar de doctor ya que para mí era el mejor. Hasta que un día mí psicóloga me aconsejó que por lo menos fuera una vez a ese psiquiatra que ella tanto me recomendaba. Le dije que iba a ir. Ella contenta me dijo: “Ya que te decidiste te voy a dar un sobre para que se lo des”. Ella misma me sacó el turno y me dijo el día y la hora que tenía la cita.


A los pocos días fui a ver a ese psiquiatra tan bueno como decían. Llegué a la dirección que me habían dado. Era un lugar medio raro para mí, pero bueno, toque timbre y enseguida salió la secretaria y me preguntó con quién tenía turno. Yo rápidamente le dije: “Con el psiquiatra”. Me pidió todos mis datos y me dijo que me sentara y aguardara, que tenía que tener paciencia porque el doctor estaba con un paciente y había otros delante mío.


En un momento me levanté y le dije a la secretaria: “Disculpa, pero yo tengo turno ahora. ¿Cómo que tengo que esperar que atienda a otros pacientes?”. Ella muy amable me dijo: “Tenés que tener paciencia porque el doctor se toma su tiempo con cada uno de sus pacientes y es muy humano. Ya te va a atender”. No me gustó nada porque estaba acostumbrada a mí psiquiatra que no se atrasaba un segundo, pero me volví a sentar y esperé. Había tres pacientes más. La sala de espera era pequeña con cuatro sillas color verde, había varios diplomas colgados de este señor, y recuerdo un cuadro grande con muchos colores, obviamente no sabía de qué se trataba pero era tan bello que lo mire por varios minutos.


Al rato empezaron a salir y entrar los pacientes, y a mí no me llamaba. Yo ya estaba furiosa, me levanté de la silla otra vez y le dije: “¿Cuándo me va a atender a mí el doctor?”. Ella muy amable me dijo que ya me iba a tocar que tuviera paciencia. Rápidamente le dije: “Mirá, yo no estoy acostumbrada a que me hagan esperar tanto. ¿Quién es este señor?, ¿el presidente ? Yo voy a mí psiquiatra y me atiende enseguida”. Ella insistió que tuviera paciencia que ya me atendería.


Habían pasado dos horas de estar ahí , volví a levantarme y le dije: “Si no le decís que me atienda ya me voy”. Ella se levantó y me dijo: “Ya le aviso y pasas”. Yo pensaba entre mí: “¿Quién se cree este tipo? ¿Quién es para que yo lo tenga que esperar tanto tiempo acá como una boluda?”.


Cuando volvió la secretaria me dijo: “Adelante ahora le toca a usted”. Y yo, con mí mejor cara de culo, le dije: “Era hora”. Entré furiosa al consultorio y ni hola le dije al doctor. En cambio le dije: “Quién se piensa usted que es para hacerme esperar tanto tiempo afuera como una boluda”. El psiquiatra estaba sentado en un sillón muy cómodo mientras escuchaba todos mis insultos. Prendió una pipa y me observaba muy atentamente. Cuando yo ya me había callado me dijo: “Buenas tardes. ¡Qué bipolaridad que tenemos! ¡Estás más loca que una cabra!”.


Me preguntó quién me había mandado. Yo le dije: “Mí psicóloga, esté sobre lo mando para usted”. Yo en el colectivo yendo para el consultorio había abierto el sobre y leído que decía: "Bipolar grado 1". Entonces pensé “¿Cómo sabe este tipo que tengo bipolaridad si todavía no abrió el sobre? Me quedé callada pensando mientras él abrió el sobre, lo leyó y lo dejó a un lado de su mesita. Mientras se cebaba un mate me preguntó: ¿Usted toma mate? Yo le dije que sí y me convidó uno. En ese momento pensé lo mal que lo había tratado, pero mí orgullo era más fuerte y obviamente no le iba a pedir disculpas. Luego empezó a indagar cómo se llamaba mí psiquiatra, y me pidió que le contara un poco de mi vida. Charlamos un rato largo y luego me dijo muy tranquilo “Mirá, para mí no tenés esquizofrenia, tenés bipolaridad grado 1, que es la peor”. Sorprendida le pregunté qué era eso. Él me explicó: “Lo que acabas de hacer cuando entraste, produce mucha ira, o mucha depresión. O estás muy arriba o estás muy abajo”. Luego me preguntó que psicofármacos tomaba, le respondí enseguida y me dijo: “Eso no sirve para lo que vos tenés, te voy a cambiar la medicación, la vas a tomar por 15 días y me vas a venir a ver otra vez". Le pregunté si iba a tardar tanto para atenderme y me dijo que no.


Empecé a tomar los psicofármacos al otro día como él me lo había indicado en un recetario. A la semana empecé a notar cambios, ya no estaba tan alterada y a medida que pasaban los días era otra persona. Estaba asombrada de mí misma. Ahí me di cuenta de que ese doctor que yo había tratado tan mal tenía razón. A los 15 días cuando regresé a la consulta le dije que no podía creer cómo había cambiado mí vida en tan solo 15 días. Después de ese día lo llame a mí psiquiatra anterior y le dije que no iba a ir más. Sin ninguna explicación deje de ir y empecé el tratamiento con este doctor que realmente era humano y era muy buen especialista. Al tiempo mí cuerpo empezó a tomar forma otra vez. Poco a poco no solo había bajado de peso sino que mí salud mental era otra .

Quiero agradecer a mis hijos que jamás dejan de acompañarme, a mí hija que me dio una nieta maravillosa, a mí hijo que me enseñó muchas cosas y a mí hija la más chica, una gran escritora.


Hoy en día, más allá de mí enfermedad, ese doctor que tanto odie ese primer día me cambió la vida por completo: me enseñó a quererme y a ser muy feliz...Les doy un consejo a todos/as las personas que lean mí historia: Si van a un psiquiatra y no ven avances, cambien por otro. Ellos son psiquiatras, pero no sé olviden que son humanos y se pueden equivocar ,no son perfectos.


 

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