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  • Foto del escritorautora anónima

Revisar los hechos de un suicidio para seguir adelante


Nota del editor:


Cada suicidio encierra innumerables misterios. Hay preguntas cuyas respuestas se las llevan con ellos y para siempre los que mueren a causa de suicidio. Sin embargo, quienes fuimos dejados por un ser querido en un acto suicida necesitamos saber. Necesitamos entender que, por más amor que los haya unido, nadie puede hacerse cargo de otra vida . Necesitamos aceptar que hicimos todo lo que pudimos o supimos, y que si hoy lo hubiéramos hecho de otro modo solo es porque aprendimos. Necesitamos revisar los hechos hasta encontrar un argumento lógico que nos exima de una culpa desgarradora, y que nos libre del desamparo de haber sido abandonados.


Historia anónima:


Hace ya 25 años, contaba con apenas 1 año de casada cuando mi padre, un hombre grande de 82 años pero de aspecto fuerte y trabajador, me comentó su primer síntoma de lo que fue un calvario de internaciones durante 3 largos meses debido a un cáncer de pulmón terminal.


Durante esos meses lo acompañé siempre. Como hija única y médica sentía que ese era mi deber. Mi madre cursaba un principio de demencia vascular y una depresión posterior a la muerte de mi abuela ocurrida cuatro años atrás. Ella había cuidado personalmente a mi abuela durante años, hasta su último aliento. No quería, no sentía, o no podía ocuparse de su esposo. Simplemente dejaba que yo lo hiciera y se quedaba en su casa.


Me costaba muchísimo lidiar con las internaciones, tratamientos, el paso obligado por la casa de mi madre a 34 km de mi nueva casa, mi trabajo y mi vida matrimonial. La última noche de mi padre internado, mi madre no quiso venir, tal vez adivinó que faltaba poco, no podría resistirlo, no una muerte más. Yo me quedé dormitando junto a la cama de mi padre escuchando cada ruido de su dificultosa respiración, hasta que se despertó y como el caballero sencillo que siempre fue, saludó con una sonrisa a las enfermeras, les agradeció y se durmió para siempre.


Pasaron dos meses y mi madre me comentó su primer síntoma de otra enfermedad, un carcinoma de útero, la hice atender tan rápido que pudieron extirpar el tumor sin ninguna consecuencia. Pero ella no quería vivir. Dos psiquiatras la vieron pero no pudieron convencerla de hacer tratamientos. ¿Había decidido irse también?


Luego de un año de estos hechos, la mudé cerca de mi casa y le puse una persona para que la cuidara. Le elegí un piso alto y luminoso para que el sol la alegre y pudiera salir a pasear como siempre quería hacerlo cuando yo era chica y se quejaba por tener que cuidar a su madre.


Luego quedé embarazada de mi primer hija. Lo tomo muy bien y nos felicitó a mi esposo y a mí. Pero pasada una semana nos llamaba todos los días para decir que le dolía el estómago. Llamábamos al médico y no tenía nada. Comenzó ella misma a llamar a diario a servicios de emergencias.


También me llamaba para que la vaya a visitar. Ella nunca quería venir a mi casa. Ese día le dije que pasaba a la noche porque no me sentía bien, y al pasar por la puerta de su casa vi varios autos de policía y gente amontonada. Bajé corriendo y pregunté qué pasó. Me dijeron que una señora se tiró por la ventana…Entré corriendo al departamento repitiéndome dentro mío que ella no era, no podía ser, era otra…pero había un policía que me recibió y no me dejó pasar al dormitorio por donde se había tirado. La única ventana sin rejas de ese piso alto y soleado.


Me costó perdonarla, la odié, la llore, me sentí víctima y culpable, me quedé con mil preguntas, sentía que me dio un portazo en el alma y se fue enojada, pensé que adonde se fue no había teléfono, que me quería ir con ella para pedirle explicaciones, no me tiré detrás porque tenía un ser en mi panza al que no lo podía matar, no le podía hacer lo mismo, pero, sobre todo, me sentí una madre huérfana durante toda mi maternidad.


Años más tarde hicimos una “autopsia psicológica” de mi madre junto a una colega psiquiatra con años de experiencia en estos temas. Llegamos a la conclusión de que los médicos de emergencia que la asistieron horas antes desconocieron el cuadro y, seguramente, le inyectaron un calmante para su dolor abdominal. Eso provocaría, como lo había tenido ya una vez, alucinaciones en un cerebro frágil como el de ella.


No parecía lógico que se vista con su vestido nuevo, se peine, le pregunte al portero a qué hora estaría en la puerta del edificio y luego se trepe a un mueble, abra la ventana (con mucha fuerza y agilidad que ella no poseía) y salte….


Eso cambiaría la forma en que viví todos estos años de culpa y angustia. Ella no sabía lo que hacía, no me quería abandonar…Yo no era una huérfana abandonada, no había sido rechazada por ella. Simplemente, ella había sido víctima de su enfermedad neurológica.


Ahora elijo creer desde lo espiritual (desde la razón no hay respuesta) que ella está bien y libre, que un día nos volveremos a encontrar y no serán necesarias las palabras de explicación. Nuestro abrazo y nuestro amor sigue y seguirá siempre vivo y esperándonos a su debido tiempo…


 

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