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Día Mundial de concientización sobre el Maltrato Infantil 25-4-2022


Nota del Editor


Varios estudios muestran cómo el maltrato infantil aumenta el riesgo de suicidio no solo en la infancia sino también en la adolescencia y durante toda la vida. El problema es que el maltrato infantil, que en general ocurre puertas adentro de los hogares, queda invisibilizado. Los niños casi nunca hablan de los malos tratos que sufren en sus casas por vergüenza, porque naturalizan la agresión o por la dependencia que tienen de sus agresores. Tampoco entre adultos se habla del maltrato infantil. Es un tema tabú, algo de lo que preferimos pensar que no existe. Pero existe, y es mucho más frecuente de lo que creemos.


Mientras todos miramos para otro lado, millones de niños sufren todo tipo de agresiones: indiferencia, abandono, violencia psicológica, golpes, abusos sexuales, desnutrición, explotación y otras. En muchos casos generándoles dolores tan profundos que llegan a o pensar en el suicidio... y a veces lo cometen. Las heridas psicológicas de infancia con maltratos se llevan durante toda la vida condicionando el futuro de jóvenes y adultos.


El primer paso para reducir la incidencia de este flagelo es reconocer que existe y que podría estar muy cerca de nuestra puerta, incluso dentro de nuestra casa. Debemos hablar sobre el tema, no esconderlo, tomar consciencia. Por ese motivo la OMS instauró el 25 de Abril como el día internacional de lucha contra el maltrato infantil. Desde Escenarios Saludables nos sumamos a su conmemoración para que todos tomemos una mayor conciencia sobre la gravedad de este problema y la importancia de su tratamiento para la prevención del suicidio.


En función de esto publicamos una historia anónima en la que solo la fortaleza de la protagonista le permitió superar las profundas marcas de agresiones vividas en la infancia.

 

La historia anónima


Hola, soy Hanna, tengo 20 años. Vengo a contarte mi historia…

Hace doce años, yo tenía ocho y era una nena inocente a la que le gustaba mucho bailar. Mi sueño más grande era ser bailarina del Colón y también decía que iba a estudiar abogacía para defender a los más indefensos. Pero no resultó así. Una tarde en la que me encontraba en lo de mi padre (tenía padres separados), estaba colgando la ropa con mi hermana de 15 años en el patio trasero, mi hermana me pidió que le alcance unos cordones a su novio de 20 años que se encontraba en su habitación y, cuando le entregué los cordones, ese sujeto tomó mi mano y me hizo masturbarlo. Ese fue mi primer abuso.


Mis padres se separaron porque mi papá es alcohólico, pero yo no tuve noción de eso hasta mis diez años cuando lo tuve que ver alcoholizado por mi misma… Esto que voy a contar ahora es un poco delicado porque quizás no se tome como abuso, pero yo lo sentí como tal. El miedo que me provocaba era horrible. Cuando tenía diez años, mi padre, por la noche, estando bajo los efectos del alcohol, me acariciaba las piernas o la espalda acercándose a mis pechos, siendo yo una niña.


Dos años después, a mis doce, entré a la secundaria. No tenía un cuerpo que amara, pero nunca me había importado. Siempre disfruté comer, nunca me fijé en que ponerme, nunca fui insegura en cómo me veía. Hasta que entré a la secundaria y todo se cagó. Ahí lo principal, según lo que te meten en la cabeza, es encajar. De repente odiaba como me quedaba el uniforme, me sentía gorda, era la más fea de todas. Yo solo quería que me no excluyan. Empecé con muchas inseguridades. Conocí el cutting, mis brazos cada vez estaban más castigados. Empecé a entrenar demasiado, me la pasaba horas y horas entrenando. A los catorce ya tenía problemas con la comida, dejaba de comer o si comía lo vomitaba. Me comparaba con mis compañeras, entrenaba de noche. Hasta que un día tuve una pelea con mi mama.


Nadie sabía que mi vida se estaba yendo al carajo, yo era la alumna promedio, llena de amigos, que te hacía reír 24/7. ¿Quién iba a pensar que esa chica una tarde de octubre iba a robarle todas las pastillas y gotas de morfina a su abuela para intentar suicidarse? Pero así fue, ingerí todo y me acosté. Pero dos minutos después me llamaron porque tenía que llevar a mi abuela a ponerse la vacuna. Quejándome fui. Cuando llegamos me empecé a marear. Estábamos a la vuelta de mi casa, me terminé desmayando. Me vino a buscar mi mamá y su pareja, me llevaron a casa y tuve que hablar. Les dije lo que pasó pero no se hizo nada ya que no contábamos con los medios para psicólogos ni nada por el estilo así que solo seguí con mi vida.


Al año siguiente tuve mi segundo intento de suicidio, me peleé con quien era mi mejor amigo en ese entonces. Para mi lo era un todo, sentía que había perdido todo sin él. Después de que lo hice llamé a una amiga. Esta vez cuando mi mamá se enteró se enojó mucho y hasta me hubiera pegado si no hubiera estado mi amiga.


Ese mismo año me cambié de escuela ya que la que iba era muy tóxica. Decidí que ese iba a ser un nuevo comienzo para mi. Me puse como meta tener las mejores calificaciones para entrar a un liceo. Conseguí 9,66 en todas las materias y 10 en matemáticas y física pero no entré por el límite de edad. Eso fue una gran frustración para mí. Había obtenido grandes logros este año, participé de un empoderamiento de mujeres, fui parte de la creación del centro de estudiantes del colegio, pero no entrar al liceo lo derribó todo.


A mis 16 ya estaba trabajando. Manejaba mucho estrés ya que había llegado a tener dos trabajos a la vez. Había dejado uno pero el otro era de 12 horas. Trataba de tener vida social como cualquier chica de 16 años. Hasta que, un día, saliendo del trabajo, perdí plata y mi abuelo que trabajaba conmigo me cagó a pedos. Me puso más nerviosa. Caminé dos cuadras, perdí más plata, luego perdí el colectivo, y empecé con un ataque de pánico. Me subí al colectivo que vino, me sentía pésimo así que me bajé en cualquier lugar. Pésima idea, me bajé en Avellaneda y jugaba Independiente-Racing. Era una chica de 17 años en medio de un ataque de pánico, llorando, rodeada de borrachos gritándole cosas. Parecía que no podía empeorar, no tenía batería en mi celular, anochecía, y en medio de mi ataque no podía ubicarme para volver a mi casa. Estuve como una hora caminando hasta que tomé un colectivo y llegué a casa. Desde ese día todo empeoró, en la escuela no me iba muy bien, cada noche me empastillaba sin que nadie lo supiera, los cortes en mis brazos eran diarios. Llegó un punto en que ni iba al colegio, ya no comía, era un trapo de piso. Una noche, ya no quedaban pastillas, no había con que cortarse, ya no sabia que hacer para parar el dolor emocional que tenía dentro, entonces decidí pedir ayuda.


Yo soy de esas, que cuando está triste, pone cosas más tristes. A veces buscaba en YouTube, videos suicidas o cosas así y una vez me salió el número de una línea de asistencia al suicida que nunca más se me borro de la cabeza. Esa noche llamé, dijeron hola del otro lado de la línea y lo único que yo hice fue empezar a llorar. Sabía que estaba a salvo.


Hablé por horas y horas con esa persona, hasta que me encontré más calmada y llegamos a la conclusión de que necesitaba ayuda profesional. Cosa que yo sabía pero no tenía dónde acudir y ahí es donde esa persona me recomienda un hospital. Este lugar para mí fue mi segunda casa. Ese lugar me sacó de la shit. La gente que hay ahí es maravillosa: profesionales, enfermeras, cocineros, todos, todos, buenos. Luego de esa llamada al día siguiente me levanté y me dirigí al hospital avisando a una amiga. Cuando llegue fui a la guardia y dije: “hola, me quiero suicidar”. Me hicieron esperar un rato y después entré a una sala con un grupo de profesionales. Les conté toda la situación, ellos la evaluaron y llamaron a mis papas.


Hoy cuento con cuatro internaciones y más intentos de suicidios. He llegado a estar en las vías del tren con el tren frenado a medio metro mío. Pero aquí no quiero contarte todas las veces que quise acabar con mi vida, Quiero contarte que estoy viva.


He sufrido abusos a mis ocho años, a mis diez, a mis veinte, y he sanado. He tenido problemas con el alcohol, he querido suicidarme, tuve problemas con la comida y aun me cuesta comer. Tengo mis recaídas pero, ¡joder, sigo viva! y digo: “¿Con todo lo que viví me voy a rendir? Rendirme ya no es opción para mi. Solo me queda usar todo lo que viví para ayudar a alguien más.


La vida a veces se pone muy jodida. Sí, lo admito. Pero aprendí que aquí todo es pasajero tanto lo malo como lo bueno. Recuerda esto: “ES UN MAL DIA, NO UNA MALA VIDA Y EL SOL SIEMPRE VUELVE A BRILLAR”.

 

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