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  • Foto del escritorDoctora Diana Altavilla

Un viaje a Monte Quemado para la Prevención del Suicidio

Actualizado: 12 nov 2021


En mi vida he hecho muchos viajes de encuentro con lugares muy alejados donde la vida es extremadamente difícil y solitaria. He ido a mis 15 años por lugares perdidos como Uspallata-Mendoza, en medio de montañas donde la ayuda va solo cuando hay catástrofes, como las de un aluvión en enero de 1970 y del que los diarios DIJERON: “El día que Mendoza fue un río”. Durante semanas más de doscientas voluntarias de entre 12 y 17 años que íbamos a un encuentro nacional, dejamos el proyecto para dedicarnos a más de 3000 personas que se quedaron sin nada. Niñas, niños, adolescentes, adultos discapacitados, mujeres embarazadas, hombres que lloraban por las calles de barro, y que no podían recuperarse de haber perdido tanto.


Antes, desde los 4 años (o desde la panza) sabía lo que era no quedarse con los brazos cruzados. No estaba en el Decálogo que otro la pasara mal y pensar en que eso era algo ajeno. Si le pasaba a otro, nos pasaba a todos. Y seguí, y sigo cada vez que alguien me dice que algunos están en “la mala racha”. Y más cuando la mala racha es crónica y parece que solo algunos “pulmones” bien puestos entienden que la humanidad no pasa por el rédito. Se hace porque se hace y punto. Dar es bueno. Lo demás es trabajo, pero de eso no voy a hablar hoy aquí.



Hace un tiempo, ya diría algunas décadas, trato de que se mejore la salud mental en cada comunidad que piso. Porque estoy convencida que cuando hay salud mental hay proyecto, hay acuerdos, hay solidaridad, hay personas con ganas y aunque haya problemas se resuelven por la mejor vía, que es la del consenso. Y en octubre de 2021, después de año y medio de Pandemia por COVID19, me ofrecen poder ir a atender pacientes a Monte Quemado, una ciudad del departamento de Copo en Santiago del Estero, región del Chaco Austral y fitogeográficamente parte de la zona de El Impenetrable.


En 2010 se convirtió en la segunda provincia de Argentina en adoptar más de un idioma oficial: Qom (Toba), Mogoit (Mocoví) y Wichí. También es la provincia que históricamente está entre las más pobres del país y ocupa el último lugar tanto en PBI per cápita, como en el índice de desarrollo humano. Dicen que en Monte Quemado había, hasta hace unos años, 12000 habitantes, pero a día de hoy, cuentan ya más de 35000 pobladores, en un lugar donde no hay más que el quebracho, el rio Salado, el monte y algo del ferrocarril.


Y la gente, esa que hace lo que puede en un lugar invisibilizado para el resto de la provincia, de los profesionales de la capital y que esperaba que cada vez que había una emergencia sanitaria se juntara entre todos dinero, vendiendo empanadas, a veces único modo de que pudiera alguien viajar más de 100 km hasta un centro asistencial adecuado. Por supuesto no hay profesionales de la salud mental.


Hace unos años, un “motor imparable como grupo humano” acusó recibo de que el índice de muertes por suicidio alcanzaba niveles impensables y decidió hacer algo. E hizo mucho, aunque sigue faltando. No hay psiquiatra ni psicólogo/a en Monte Quemado, por lo menos que yo sepa en forma oficial. Dependen de los que vayan, o de que algunos puedan viajar. Demás estar decir que si la carencia está presente, es porque hay quienes no han puesto “presencia” donde y cuando se debía. No hay a quien contarle las penas de tantas muertes por COVID cada semana, o cómo ponerle nombre a cada pérdida, si ya casi no pueden contarse. Una, otra, una más. Y vamos para que pueda nombrarse a cada una, porque tienen un lugar para no quedar en el sin-nombre.


E. me dice que no sabe qué hacer con los niños porque preguntan por su papá, por sus tíos y primos, por la abuela, porque sus amigos no quieren visitar la casa –donde tantas muertes hubo-, y quiere saber cómo ser fuerte. Tiene que trabajar, pero no tiene ganas (o fuerzas) porque en meses la muerte arrasó con todos. Familias que necesitan apoyo porque no comprenden el porqué de tantas ausencias, y el miedo, porque ya no puedan seguir.


Y allí estamos, y somos un grupo grande. Cada vez más grande. Con voluntarios de Monte Quemado y de Santiago del Estero, que quieren mejorar una comunidad. Y el apoyo de un avión solidario (con gente maravillosa) que da su tiempo por nada, o mejor, por ver un rostro tan feliz como cuando el avión con todos aterriza y nos dicen al irnos: “¡Vuelvan, por favor, los esperamos!”


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