Alberto Fernández
Transformar la culpa en responsabilidad para sobrevivir a un suicidio

Rafael Maratea es sin duda un hombre excepcional. La historia que cuenta, lamentablemente, no lo es. Se calcula que en todo el mundo más de cien millones de personas sobreviven a la muerte de un ser querido muy cercano a causa de suicidio. La pérdida de un ser amado siempre es una tragedia, cualquiera sea la circunstancia, pero cuando nuestro familiar o amigo muere a causa de suicidio el dolor, la angustia y la tristeza pasan a segundo plano. La culpa ocupa todo el escenario. Un sentimiento tan corrosivo que muchos sobrevivientes llegan a pensar ellos mismos en el suicidio, y algunos lo cometen.
No hay una receta para transitar un duelo. Mucho menos cuando la pérdida fue a causa de suicidio. Como dijimos, la historia de Rafael no es excepcional. Pero tuvo el valor de contarla y de compartir los recursos que al menos a él le sirvieron para seguir adelante, para sobrevivir. Por ese motivo y con la esperanza de que el camino por él recorrido le sirva a alguna más de todas las personas que sufren el mismo drama es que la citamos aquí.
En esta semana Infobae se hizo eco de la historia que Rafael Maratea, el padre del famoso influencer Santi Maratea, comenzó a contar en sus redes. Ver nota en Infobae.
Lo primero que tuve que trabajar internamente no fue ni el vacío ni la soledad ni la tristeza. Fue la culpa.
Rafa nos habla de las crisis que tuvo que superar durante toda su vida: el abandono por parte de su madre a los 4 años, que su padre lo echara de su casa al volver del servicio militar, no tener donde dormir... Y luego de conocer a Mariana, la persona a la que se refiere como el amor de su vida, otra vez la pobreza, el cáncer, un desalojo, la trágica muerte de su hermana y otra vez el cáncer. Todas estas últimas crisis Rafa pudo superarlas con el apoyo de Mariana.
Mariana fue un apoyo terrible durante el cáncer, fue la que me sacó adelante.
Cuando todo parecía estar en calma, cuando ya habían vencido a la enfermedad, ya habían superado las penurias económicas y los cuatro hijos que habían criado juntos con tantas privaciones ya eran grandes. A Rafael le tocó atravesar otra crisis, tal vez la más profunda de su vida. Esa mujer orgullosa y fuerte como un roble, la que lo sostuvo en su enfermedad, la que lo acompañó en la crianza de sus cuatro hijos, la que sufrió a su lado las penurias económicas, el amor de su vida y quien siempre fue el sostén emocional de la familia, se suicidó.
Ninguno de nosotros vio ningún indicio de que algo así podía pasar.
Al inevitable desconcierto que produce toda muerte inesperada, en el caso de una muerte a causa de suicidio le sigue la duda: ¿Por qué lo hizo? Y todas las explicaciones parecen insuficientes. Pero lo peor del duelo a causa de suicidio suele ser la culpa. Así nos lo cuenta Rafa:
Lo que sentía era que la culpa era mía, directamente. De lo que no había hecho, de lo que había hecho pero mal. ¿Por qué no me di cuenta? ¿Por qué no estuve al lado? ¿Por qué no hablé? ¿Por qué no la escuché? La culpa te empieza a carcomer, empieza a abordarte de una manera incontrolable.
La culpa es un sentimiento visceral que no admite razones. Más allá de que nadie, por más cercano que fuera, puede hacerse cargo de la vida de otra persona; tampoco nadie puede actuar sobre lo que no ve. No es justo evaluar nuestras acciones pasadas a la luz de nuestros conocimientos actuales. Pero todo esto, seguramente, no le sirvió a Rafa para mitigar su culpa como tampoco le sirve a tantas personas en su situación.
Rafa buscó otro camino que tal vez pueda ser de utilidad también a otros: Convertir la culpa en responsabilidad. Así lo cuenta:
Yo hoy puedo decir ‘¿qué responsabilidad tuve sobre la muerte de Mariana?’. No tuve el diálogo que tendría que haber tenido. Ok. ¿Cómo lo puedo cambiar? Teniendo más diálogo con la gente, con mis hijos. ‘No estuve cerca cuando tenía que estar’. Ok, ¿Cómo remedio eso? Estando más cerca de los otros. ‘No me di cuenta de lo que le estaba pasando’. Ok, ¿Qué puedo hacer? Quedarme cerca si intuyo, desde el corazón y no desde la cabeza, que algo no está bien’. La culpa no te deja hacer nada, no sirve para nada, pero la responsabilidad es la habilidad de responder: te da el poder de hacer algo, al menos con otros.
Todo esto que Rafael Maratea tuvo que aprender con tanto dolor: dialogar más, estar más cerca, observar a nuestros seres queridos, es lo mismo que pregonamos desde Escenarios Saludables como prácticas recomendadas para la Prevención Comunitaria del Suicidio. Por eso el testimonio de Rafa nos parece tan importante. No solo como guía para otros que estén atravesando situaciones similares. También para que todos los demás tengamos la oportunidad de aprender sin pasar por el suicidio de un ser querido.
Ver también:
Asistencia en Duelo por Suicidio y Sentimientos propios del Duelo por Suicidio.