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  • Foto del escritorautor anónimo

Siempre podemos trabajar para estar mejor


Me llamo Héctor y tengo 54 años. Me emociona mucho saber que voy a contar y transmitir mi historia. Entre mis 20 y 23 años hice varios intentos de suicidio. Desde el último, nunca más volví a intentarlo.


Vivía en la casa de mis padres que discutían violentamente. Mi padre tenía otra mujer fuera de casa, mis dos hermanos vivían en Estados Unidos y yo estaba solo en medio de reyertas todo el tiempo. A mis 20 empezaron mis pensamientos suicidas. Mi estado psíquico era oscuro, tenía mucha angustia, lloraba mucho, hacía intentos suicidas peligrosos, y nadie se daba cuenta. Me sentía muy solo. En mi casa entre mis padres todo era insultos, nervios, violencia verbal. Iba a una psiquiatra que no me ayudaba en nada, Ella apuntaba solo a mí persona y no tomaba en consideración el clima familiar violento en el que vivía.


Tres años después vivía en un edificio, en un séptimo piso. Mi angustia era insoportable. Me alcoholizaba sin ser alcohólico solo para evadirme de la realidad. Estudiaba psicología, estaba en segundo año, pero no podía seguir estudiando por mi angustia y sufrimiento durante las clases. Un día, después de haber tomado mucho alcohol (yo no recuerdo el hecho), salté del séptimo piso y caí a un patio interno del edificio.


Me fracturé la columna y quedé parapléjico. Estuve varios meses internado en el hospital. Allí, comenzó mi segunda vida, la posibilidad de vivir sin tanta angustia. Recibí un océano de amor de mis padres y amigos. Un cirujano de columna que me operó algunas veces se convirtió en amigo mío. Me hablaba de libros y de disciplinas alimentarias que me ayudarían a salir adelante si yo las ponía en práctica. Y lo hice. Ese año andaba en silla de ruedas, al siguiente en andador, y al otro volví a caminar, contra los pronósticos de los estudios médicos, gracias a mi cirujano de columna y sus consejos y gracias a la disciplina que aprendí a tener hasta el día de hoy basada en un estilo de vida muy positivo y saludable.


Cuando estaba parapléjico en el hospital, en los peores tiempos, de operaciones y curaciones, tenía sueños todas las noches donde podía caminar y podía correr. Aún hoy recuerdo claramente varios sueños. Luego de unos meses, aún estaba parapléjico pero mentalmente más lúcido y adopté una actitud que mantengo hasta el día de hoy, una actitud de investigación, leer libros de autoayuda, hacer ejercicios respiratorios y comer sano.


Al año siguiente, ya fuera del hospital, me devoraba libros de yoga, budismo y alimentación, antes de retomar la facultad de psicología. Nunca acepté vivir parapléjico, nunca acepté los diagnósticos y pronósticos médicos sin investigar antes las enfermedades que tenía. Ese mismo año, cuando apenas podía caminar, no podía subir los cordones de las veredas solo y necesitaba apoyarme en los autos estacionados para hacerlo. Una mañana, en esas condiciones, fui caminando 5 kilómetros hasta el hospital donde tenía psicoterapia a las 8 de la mañana. Descubrí que nada podía detenerme para volver a caminar bien, retomar mis estudios de psicología, recibirme, ser feliz y amar la vida. Sentía que iba a ser feliz e independiente porque confiaba en mí y en el regalo que me había hecho la vida, o Dios, de no morir tras caer de siete pisos.


Seis años después de mi último intento de suicidio me recibí de psicólogo. Cada día para mí es un trabajo sobre mi cuerpo y mi alma para poder estar bien. Si hago el trabajo, estoy bien. Si como sano, si hago ejercicios respiratorios, psicoterapia, yoga y otras técnicas, estoy bien. Estar bien depende de mi trabajo diario, pero, fundamentalmente, creo y agradezco a Dios por haberme dado una segunda oportunidad para descubrir la vida, el amor por la vida y toda la belleza de cada día, de este enorme planeta, la naturaleza, el bien, la justicia y la libertad que busca y cultiva la mayor parte de los seres humanos.


Yo aprendí, en mi segunda vida tras la discapacidad, a ser disciplinado, a trabajar mi vida y mi alma igual a como se trabaja el campo para que de frutos, Hoy, más de 30 años después de saltar de un séptimo piso, me siento inmensamente feliz de estar vivo, y si pudiera dar un mensaje a la gente que piensa en el suicidio les diría: Adquieran hábitos sanos que den energía. Crean en el valor de trabajar sobre uno mismo, en el valor de investigar lo que a uno le pasa, en no aceptar el sufrimiento. Pero, principalmente a los potenciales suicidas que pueden poner fin a sus vidas les diría: No se aíslen y no se comparen con la gente. Tengan cuidado con el aislamiento de la gente, de los amigos, de la familia, y no se comparen con la gente que logra lo que supuestamente hay que lograr en la vida. Y les diría: tengan una disciplina de vida, un estilo de vida todos los días, aunque haya días en que se sientan mal. Sentirse mal no es una razón para dejar de tener hábitos sanos. Sentirse mal o angustiado o deprimido no es una razón para refugiarse en el alcohol o en las drogas. Hay que tener un deseo inmenso de ser feliz. Hay que trabajar en muchos aspectos para poder trabajar, ganar dinero, tener amigos, viajar y para ser positivo para el mundo. Eso hay que desearlo y trabajarlo todos los días. Es necesario quererse a uno mismo, no odiarse, sino quererse, y aceptarse tal cual como uno es. Si uno es sensible, o vulnerable, homosexual, lesbiana, si a uno le gusta el rock, si uno quiere irse a vivir a las montañas o estudiar marketing, está perfecto en tanto uno se acepte a uno mismo y defienda lo que quiere ser en la vida.


Estoy abierto y dispuesto a dar lo mejor de mí para ayudar a que otros no sufran lo que yo tuve que sufrir hace varios años atrás.

 


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