autora anónima
Recomenzar desde un intento de suicidio es posible

Soy Claudia, tengo 54 años, y soy una persona común, viviendo una situación extraordinaria, pero no de esas que destrozan, sino de las que construyen. Aunque para darme cuenta de eso, tuvieron que pasar muchas cosas.
Crecí en un hogar con un padre extremadamente agresivo, con una gran inestabilidad emocional, al que todo lo que yo hacía le molestaba y era motivo de golpes y gritos, y con una madre sumisa que todo lo soportaba, y era absolutamente abnegada. Al menos esa era la imagen que yo tenía de ellos. También había una hermana mayor, que a mis 10 años tuvo la oportunidad, e hizo su vida, saliendo de casa.
No existía el diálogo, solo la imposición. Tampoco existía información que acompañara mi crecimiento en sus diferentes etapas. Lo que sí había eran mandatos y creencias. Muy duros por cierto. Y castigos, siempre. Pero sobre todo, había miedo y desprotección.
Hasta que un día mi padre decidió hacer un intento de suicidio, que derivo en una incapacidad mental y física, que lo recluyo durante 10 años en una institución hasta el día de su muerte.
Tres años antes de que el muriera, nació mi único hijo, que ahora tiene 24 años, y entonces yo me propuse que el no pasara por lo mismo que yo, que él y yo íbamos a tener dialogo, que yo iba a estar para él siempre que me necesitara, para escucharlo, acompañarlo y todo lo que fuese necesario. Y considerando que mi padre ya no estaba en la casa, eso ayudaría a que tuviera un crecimiento sano, pues no estaría expuesto a toda la agresión que yo sufrí. Además, mientras yo trabajaba, él estaba con mi mama, que mejor que eso? Ella era un pilar importantísimo.
Siempre fue un nene introvertido, pero con una enorme sonrisa. Le gustaba la naturaleza, y por supuesto, jugar a la pelota. Hizo deportes varios, le gustaba la música, sin embargo, le costaba sociabilizar y sentía angustia a la hora de dormir.
En la escuela primaria era retraído, y llegada la secundaria, tenía su grupo de amigos con los cuales se juntaban en las casas porque no les gustaba salir.
En su etapa terciaria, a los 18 años, realizaba una pasantía en un sistema dual, que le permitía estudiar Mecatrónica, y vivía solo, a mitad de camino entre su trabajo y su estudio.
Entonces, comenzó a dar señales. Al principio costó darse cuenta, porque no difería mucho de cómo a él se lo veía habitualmente. Pero después, fueron en aumento, desde dejar de comer, dejar de bañarse, dejar de hacer todo lo que le gustaba, cayendo en espiral hasta que, a los 19 años, desembocó en su primer intento de suicidio.
Angustia, desorientación, no saber que hacer, internación... y su segundo intento de suicidio, una semana después del primero.
Atravesamos todas esas instancias, y yo empecé a pensar que era lo que había fallado. Los médicos me indicaban que hacer, como acompañarlo permanente, administrarle la medicación, llevarlo a diferentes terapias.
Trate en ese momento de incluir al resto de mi familia para que pudiéramos sostenerlo entre todos. Y allí, recibí dos impactos brutales. El primero, por parte de mi madre, quien la primera reacción que tuvo, fue pedirme que no contara nada a nadie, porque “lo de los demás siempre es mejor que lo nuestro”. El segundo, por parte de la hermana mayor, que había dejado la casa cuando tuvo la oportunidad sin mirar atrás. Ella solo quería hablar conmigo para decirme lo que yo tenía que hacer. Claramente ella y su esposo estaban convencidos de que mi hijo era solo un vago, que no le ponía voluntad ni generaba ganas y cuando tuvieron oportunidad se lo hicieron saber, sin miramientos. Entonces, decidimos seguir el camino nosotros dos solos.
Pasamos por todos los estados posibles: miedo, angustia, dolor, incertidumbre, llanto, aceptación y esperanza. La peleamos todos los días, juntos.
Hasta que dos años después, terapia mediante, y con lugares propios para poder aprender a expresar, mi hijo empezó a contarme cosas que traía guardadas de toda su vida.
En ese momento, la perspectiva cambió, dando un giro de 180º. Y empecé lentamente a comprender que las cosas, según yo las había conocido, no eran tales.
Supe de su propia boca, lo mal que le había hecho mi sobreprotección, como también del bullying que había sufrido en toda su etapa escolar, el maltrato recibido en su trabajo y la manipulación por parte de quien era su pareja.
Con el correr del tiempo, él pudo superar esas situaciones, y logró abrazar su vida. Aprendió a apreciarla y amarla. Pudo ponerse de pie y comenzar de nuevo. Empezó a tener proyectos, y lentamente al día de hoy, se va animando de a poco a seguir sus sueños, pero lo más importante, aprendió a tomar decisiones priorizando su salud mental.
Respecto a mi, una vez que lo aprendí, comencé a practicar la escucha activa, qué fue lo que le faltó a mi idea original de generar un espacio de diálogo.
Entendí en este proceso mis propios demonios, comprendí a ese padre suicida, que también estaba enfermo. Y lo peor de todo es que descubrí que mi madre no era sumisa, sino que estaba opacada y a la sombra de mi padre. Al morir él, surgió quién era ella realmente.
Fue terrorífico pensar que dejé a mi hijo con quien era de mi plena confianza, y esa misma persona fue quien, quiero creer que desde la mejor voluntad, destruyó su autoestima, porque ella misma no la tenía. Ella misma creció en carencia afectiva, con una mirada hacia sí misma de completa autoexigencia, pero a la vez de inferioridad respecto a los demás y una completa falta de auto aprobación. Todas cosas que mi hijo presentaba y yo en su momento no supe ver de dónde venían. Ahí entendí, por ejemplo, porque siendo pequeño, había dejado de jugar a la pelota para no romper las plantas de su abuela por miedo a herirla, o porque se sentía que nada de lo que hacía era suficiente. En realidad, entendí todo. Y todo se vuelve a repetir al día de hoy. Solo que mi hijo ya no es pequeño, ahora es dueño de su vida y de sus decisiones, le gusten o no a quien sea.
Me culpo día a día por no haber decidido diferentes cosas. Pero como es claro que lo pasado no se puede cambiar, apuesto al futuro, Y también entiendo que quizás, nos hacía falta este sacudón en la vida, para poder sanar y seguir adelante, siendo quienes deseamos ser.
Ver también: El Camino de la Recuperación desde el Pensamiento Suicida.