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  • Foto del escritorEscenarios Saludables

Mirando el espejo

Raúl Morello.

Médico Psiquiatra. Fundador de “Escenarios Saludables”. Texto extraído de su libro: “Sócrates en su laberinto. Nuevos aportes sobre el trastorno afectivo bipolar y el lugar del otro desde la Logoterapia de Viktor Frankl”. Editora Patria Grande. Bs As, 2016.


Consulta número uno: psiquiatra mirando la hora cada dos minutos (la consulta duró 10) se desperezó varias veces y yo con mi angustia no paraba de llorar como lo hice tantas veces sin razón y queriendo que esa pena sin razón motivo, desaparezca. Me miró, pregunto mi profesión; “docente” dije, y su cara cambio:

-Bueno te doy 15 días y volvés a trabajar, y toma esto: clonazepam mañana, tarde y noche, y antidepresivo con el almuerzo.

Y yo, que me abrí por primera vez en mi vida… ¿para que le dije que consumía cocaína? Este imbécil lo puso en su libreta con mayúsculas. Ahora para él era una fucking drogadicta. Sali de la consulta con mas angustia que antes. Ese hombre no escuchó lo que le dije.

Consulta numero dos: mi instituto me habló o quizás mi ángel; así que ese mismo día le hice caso y tome el colectivo recorrido Uno. Bajé y entré al consultorio de un médico conocido de la familia, pero al cual por alguna razón (hacerle caso a mamá, que apuesta al psicólogo y no a las pastillas), no quería ir. Pedí consulta y con mucha amabilidad y preocupación me la ofrecieron para ese mismo día. Esperé unas horas, pero no importaba, ya estaba perdida y no quería volver a casa.

Es mi turno. Entro y un hombre alto, muy alto me recibe. Me siento frente a él, en esos sillones donde sentís perderte; no hay escritorio de por medio. Me preguntó si fumo: ¡¡¡la pucha, ya empezamos con el tema de los vicios!!! “¡Si fumo! ¿Queres saber cuanto y qué?” Pero no preguntó nada, y encendió su pipa. Empecé con mi discurso, ese que venia contando desde hace unos días a quien se me cruzara, de los cuales ni a la mitad le interesaba. Me dijo:

- “Vos sos una mal llevada”.

¿Qué le pasa a este? Pensé enojada y termino la frase con:

- “Sos mal llevada con vos misma”

… y luego de esto comenzó a describirme como si me conociera de toda la vida como si tuviera a Dios sentado en frente mío. Todo lo que decía yo lo afirmaba, y cada frase era una imagen de mi vida: tirando cosas, punteado gente, contando mi vida en una parada de colectivo, abandonando proyectos, cambiando de novios, cambiando de amigas, metiéndome en donde nadie me llamó, gritando, drogándome, tomando alcohol, dándome la cabeza contra la pared, cortándome y luego como si nada, queriendo hornear pastelitos, por así decirlo.

Me miró y me dijo: “tengo una buena y una mala noticia. ¿Cuál querés primero?”. La verdad me daba lo mismo, si hasta unas horas antes, pensaba en morir. Me dio la buena primero: “Lo que te pasa tiene solución”. ¿Y la mala? “Tenes un trastorno bipolar”. Fue la mejor mala noticia que recibí en mi vida. Al fin sé lo que tengo y tuve durante toda mi vida. Al fin seré libre de esta locura que no parecía serlo.

Llegué a casa feliz -hoy no me importa la reacción de los demás, ¡estoy feliz porque mi vida va a cambiar! Una medicación para la mañana y otra a la noche. Dijo que iba a sentirme diferente para la tercera semana, pero a los tres días estaba eufórica, limpiando la casa de arriba abajo (bah… haciendo que limpiaba, porque como tantas otras veces hacia todo a medias). Mi marido gritó para que escuchara y terminara esa locura, pero me enoje y volví a tirar cosas, a insultar y a llorar. Recordé ese ejercicio mágico que me dio el doctor: “agarrá la pava, cargala de agua, prendé la hornalla de la cocina y colocá arriba la pava, tomá una taza y colocá un saquito de té en ella. Una vez caliente el agua, colocá el agua en la taza, endulzalo y sentate a tomarlo”. ¡Mierda! Preparo el té y me siento, pero mas ganas de tomar ese té tenía de darme la cabeza contra la pared. A los minutos la depresión (palabra horrenda que nunca quise usar) colmó mi cabeza: “no sirvo para nada, porque no me muero, soy mala esposa, mala hija, mala hermana y sobre todo mala madre. Encima ya ni siquiera sirvo para trabajar”. Pero a los cinco minutos todo desapareció y ahora quería conversar con mi marido, quería que me abrace un rato… mirar una película… obviamente él se dio vuelta y se durmió sin dirigirme la palabra. En que cabeza cabe que después de tanto escandalo alguien quisiera tan solo acercarse a mí.

Mi compañero posee una paciencia de oro y un equilibrio que siempre admire, y al otro día con un beso y un “te amo” parecía comprender lo que me paso. Los días siguientes fueron amenos, sin berrinches ni locuras.

¿Qué mujer no pasa gran parte de su vida mirándose al espejo? Yo lo evité gran parte de mi vida. Ese maldito que reflejaba un día a la bella y al otro a la bestia. Hoy me asomo despacio temiendo lo que pueda ver en él. […] Al fin me miro al espejo cada día y veo a la bella.

Gracias a que alguien me escuchó atentamente, se interesó en lo que dije y me dió un abrazo, juntando mis partes; gracias a la ciencia que estabiliza mi cerebro cada día; gracias a mi hija que me sostiene cada día diciéndome que si perdí el colectivo “enseguida viene otro, mamá”; gracias a mi familia que supo entender y escucharme; a mi marido que no solo es mi marido sino que fue y es mi compañero en esta loca aventura de encontrarme a mi misma en cada uno de sus abrazos; pero sobre todo gracias a mi y a mi cuerpo que no dejó de esperar nunca, y que buscó y buscó y no se detuvo…

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